De regresar el tiempo al año 2012... o los previos, un día como hoy hubiera despertado temprano para ir a casa de mi abuelita materna y ayudar en la preparación de los tamales de la cena del 24.
Al llegar, mi abue ya tenía listos en recipientes por separado: papas y calabacitas cortadas en tiras muy finitas; pasas, aceitunas, rajas de chile jalapeño curtido y el "picadillo" preparado (guisado de carne deshebrada en chile rojo). Iniciábamos generalmente con frío y las manos heladas de separar las hojas de elote que ella ponía en remojo, para suavizarlas y no se rompieran en la envoltura de la masa y sus contenidos.
Entonces, la más fuerte (o con menos achaques) de las mujeres presentes era quien amasaba (tarea mayor) la masa de maíz, con manteca, sal,"royal" y algo de la salsa de chile rojo que mi abuela reservaba de la preparación del picadillo. Nosotras, en tanto, apilábamos torrecitas de hojas a un extremo de la mesa, las más anchas para que, una vez lista la masa, se iniciara el cuchareo. Un par se encargaba de agregar la masa en las hojas, lo suficientemente extendida y manteniendo el espesor uniforme. Otras agregaban la carne, las verduras y terminaban cerrando la hoja con cuidado. Las menores amarrábamos los tamales por ambas orillas con tiritas de hojas de elote, que habíamos separado en la preselección, por largas y resistentes, para tal destino.
Así la mañana en la línea de producción familiar, entre anécdotas, risas, recuerdos de la infancia. Al final, se recortaban las orillas de las hojas para dejarlos con forma bonita y aprovechar mejor el espacio en la olla. Mi abue los guardaba en el refrigerador, para cocerlos al día siguiente y estuvieran recién hechecitos en la cena. Los contaba, siempre los contaba: tantos de carne, tantos de dulce, tantos de rajas y —a veces, cuando sobraba masa— tantos tontos.
Terminábamos con el mandil manchado. Taquéabamos los restos del picadillo en tortillas calentadas directo en la brasa de la estufa, recuerdo ese característico aroma a ceniza que marida perfecto con la salsa roja.
El 24, en la cena, nos sentíamos orgullosas del resultado de nuestro trabajo y mi abue contaba las anécdotas del día anterior que, seguramente, se sumarían a las del año próximo en esa capirotada de recuerdos entrañables y chistosos que construimos juntos, todos los Rocha.
Hoy, sin embargo, es 2020. Todo es distinto. Mi abue murió en 2014 y, desde entonces, los tamales se preparan en casa de mi tía la mayor. Nos hemos reunido cada año y los tamales siguen siendo los mejores que he probado. Mañana cenará cada quien en su casa y nos conectaremos por videollamada, porque son días para estar juntos. Eso lo aprendimos de mi abuelita. Sé que estaría orgullosa.
Así las cosas. Cuídense mucho y celebren en casa, por salud y responsabilidad social.
Un abrazo y mejores días para todos y todas.