esta mañana, a partir de una conversación entre coworkers, reconocí públicamente que, desde que la Kix existe, no siento ningún miedo.
De niña, durante la adolescencia y aún en mi "temprana edad adulta" fui en extremo miedosa. Temía a los bichos, a los sonidos inexplicables de la noche, a la posibilidad de un temblor y la consecuente -y traumática- muerte bajo los escombros; al "apocalipsis" y, en algún momento, hasta a la invasión de extraterrestres en el planeta.
Esa era yo: toda miedos.
No sabría decirles el momento exacto en que sucedió la metamorfosis, si acaso fue repentina o me llevó algo de tiempo. Supongo que vine a descubrirlo cuando nos mudamos. Cuando empezamos la vida Ella y Yo, sin más.
Resulta que me encontré, de pronto, siendo "cabeza" de familia, siendo el adulto. Supongo que una trae cultura, tradiciones, nociones básicas en el inconsciente que, al ser detonadas por las circunstancias, salen a flote y te ayudan a sobrevivir.
De pronto fui yo la que salía a prender el boiler en plena noche, la que mataba los bichos, la que serenaba luego de una pesadilla. De pronto fui yo la que daba las explicaciones lógicas, científicas y racionales ante esos -antes- inexplicables sonidos de la noche; la que, con toda calma, la tomaba en mis brazos desde la cuna y salía al patio, a esperar que el temblor terminara.
Recuerdo que, de niña, mi padre nos contaba que su mamá, mi abuelita, mataba las serpientes que encontraba en su patio y yo me horrorizaba de pensarlo y me sabía incapaz de un acto de tal valor. Ahora me queda claro que, así fuera un dragón lo que amenazara mi mundo, igual que Doña Cande, terminaba con él a escobazos.
Soy la capitana del barco, yo dirijo nuestros pasos. Algunas veces, sobre todo si en el recorrido se hace de noche, la Kix me pregunta, desde el booster seat, si sé a dónde vamos. Sonriendo le respondo cada vez: ¡Yo siempre sé hacia dónde vamos!
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