3.02.2014

Buen viaje, hermosa...

Reina Gámez García 
(1929-2014)


Recibí la llamada: "no respondió a la reanimación"

¿Será que te ganó el cansancio?

"85, si cuesta decirlos, imagínate vivirlos" me dijo el pasado 12 de febrero, cuando fui a verla por su cumpleaños. Sí, estaba cansada. Y le fastidiaba no poder andar por propio pie, como siempre; hacerse cargo de su casa, de sus plantas, sus perros y sus gatos. 



1977
...debe ser enero o febrero de 1977. Mi abuelita viajó a Guanajuato para conocer a su primer nieta. Desde entonces el amor. Fui la primera "hembrita", la que "olía a perrito chiquito" y le daba "murlotones".

1979
Nos quisimos tanto. Recuerdo que ya en edad escolar esperaba con ansias los festivos inhábiles para quedarme a dormir en su casa, para pasarlos con Ella. Rogaba a mis padres lo permitieran: era un premio.

Mi infancia tiene el aroma de los geranios de su jardín, de sus tortillas de harina. La Navidad son sus tamales, el ritual de reunirnos a prepararlos desde un día antes.

De Ella aprendimos el amor y cuidado a los gatos: aconsejaba untar de mantequilla las patitas cuando son chiquitos, para que se "ingrieran", para que no se fueran. [Con humanos no funciona eso]. Los gatitos crecían y se ausentaban cada vez más de su casa... a veces pasaban días antes de que volvieran. "Andan de bellacos" nos decía si preguntábamos por ellos (siempre nos dio mucha risa esa palabra).  Luego volvían, flacos, mordidos y arañados (las heridas del amor). Mi abuelita los curaba y les daba de comer... cada vez.
1992
Y nos fuimos haciendo mujeres. Siempre le gustó sabernos con novio. Nos preguntaba por ellos, así como en secreto, sin que escucharan los padres.

1998
Estuvo ahí, en cada momento de mi vida, triste o alegre. Siempre. La familia entera se reunía en torno a la mesa de su cocina. Los domingos, los cumpleaños, los días porque sí: ahí estábamos. Las "risadas" cada vez que escuchábamos las anécdotas de la infancia de los tíos, las nuestras, así las supiéramos de memoria. Ella disfrutaba mucho eso: tenernos a todos en su casa, en la "gritona" (sinaloenses, al fin).

2001
De ocho hijos, cuatro viven en Tijuana, los otros cuatro fuera. Ocho. Ocho que nacieron en un periodo de diez años y que salieron adelante porque tuvieron por madre una de las mujeres más fuertes, decididas y luchonas que he conocido. No la tuvo fácil: sin estudios, sola en una ciudad desconocida (Tijuana, 1964), hizo lo mejor que pudo para que tuvieran educación, techo, alimento. Sola, solita. Si eso no es tener los pantalones bien puestos, no sé qué cosa sea.

2007
"¿Verdad que no hay amor como el de los hijos?" solía decirme cuando la visitaba con mi hija.

Su empatía, comprensión y apoyo, cuando mi separación/divorcio, fue un verdadero bálsamo para el alma. Ella sabía. Supongo le preocupaba el futuro, porque solía preguntarme con frecuencia si ya tenía novio. Ella sabía lo duro de la soledad.


2014
No fue sino hasta finales del 2013, cuando su enfermedad se agravó, que reconoció -pública, pero discretamente- que en realidad había nacido en 1929, no así en el 30, como decía su acta de nacimiento. Ese tipo de error era común entonces, en los pueblitos lejanos de las ciudades sobre todo si a los padres les tomaba un año llevar a los hijos a registrar.  Siempre defendió a capa y espada la fecha oficial.  Al final, los 85 cayeron por su propio peso.


Cirugía el 5 de diciembre de 2013: terapia intensiva, respiración artificial. Los médicos no daban esperanzas...

...pero salió. Llegó a celebrar otro cumpleaños, el 12 de febrero. Vio a todos sus hijos.  Y volvió al hospital.

Cirugía el 21 de febrero de 2014: terapia intensiva...


"Alejandra, tengo calor" y tú le hablas, besas su frente, acaricias su cabello; qué importa que no seas Alejandra, Ella aún es tu abuelita.

La vi hace un par de días. Apenas lograba abrir un poco los ojitos al escucharnos. La besé mucho, le dije "te quiero, te manda besitos la Sofi"... 
quiero pensar que lo supo y lo sintió.

Hoy decidió partir. Justo cuando las hijas estuvieron fuera, como travesura. Todos somos tristeza, pero en verdad reconforta pensar que ya no sufre, que descansa.

Que la voy a extrañar: claro. Siempre. Pero me deja tanto que no se irá del todo, nunca.

Ella fue mi abuelita. Ella es. Es. Gracias.

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