1.08.2015

Andante


Por enésima vez, mi auto está en el taller. Confieso que empiezo a habituarme. Los mecánicos ya me conocen; ya soy "de la casa". 

Confieso, también, que hoy lo dejé en reparación con menor pesar que otras veces. Serán las vacaciones. O será que le tomo de nuevo el gusto a recorrer mi ciudad en dos pies.

Conduzco desde el 2005. 10 años ya de traslados urgentes; tráfico bajo la lluvia o el sol despiadados, en horas pico. Ah, pero confieso disfrutar con locura la prerrogativa de cantar a "grito pelado" las canciones de la radio y bailar como demente fingiendo que los conductores de los autos contiguos no existen. También amo los recorridos nocturnos, con la ciudad iluminada y las calles desiertas.

Desde hace 10 años, la vida peatonal la tengo reservada a los viajes. A los andares en ciudades ajenas, deslizándome con parsimonia voraz (o voracidad parsimoniosa, no sé) entre sus calles; en un ejercicio donde no me queda claro si gobiernan las piernas, o la mirada.

Entonces, estos días deambulando de la casa a la UABC, y de regreso, los he disfrutado como foránea. Soy extranjera que abre los ojos, luego de 10 años, para observar, a detalle, el entorno (una vive la ciudad de manera distinta detrás de un volante). Las vacaciones me permiten disfrutar con calma, observarlo todo. El soliloquio mental se matiza con los relieves, las formas, la luz y las sombras. Cierto, no canto a "grito pelado" ni bailo como demente; pero puedo, igual, fingir que camino sola, y las calles son enteras para mí. Observo.

Observo y siento. Porque las piernas se saben vivas. Porque soy toda yo, desde los huesos hasta la piel, quien reclama su lugar a fuerza de pisadas firmes, pero suaves. Y los músculos calientes de las pantorrillas y los muslos; la respiración incrementando el ritmo; la sangre corriendo con deleite urgente por el cuerpo entero; me llenan de una sensación de libertad primitiva y salvaje. Sí, caminar mi ciudad es riquísimo. 

Saberte con el mapa de sus calles y rincones tatuado en el corazón. Conocer precisamente qué rumbo tomar y llegar a donde quieres ir. Tener el poder de decidir si avanzas o te detienes a disfrutar del embeleso de la luz filtrándose entre las nubes; de la sombra de los árboles que languidece sobre el pasto; del viento y mis pasos lentos.

En días inciertos, caminar sabe bien. Porque muy pocas, verdaderas, cosas están en nuestras manos. Entre ellas, nuestros pasos.



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