Es por todos sabido que el viento atraviesa caminos, mares y desiertos hasta encontrar -así sea en el último rincón- un tendedero; y, cuando lo hace, se dedica al embeleso de hacer bailar las prendas al ritmo del más "firme, salvaje y bendito amor".
Así que no sólo atestiguamos el movimiento de las telas... sino los amoríos del viento, su dicha.
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