[De mi colaboración para PaperMoons, literatura y más, 3/12/2104]
Martín dio la bienvenida y anunció el programa. Abrieron 3 cuartetos. Por turnos, nos llenaron de música. Estaban ahí, uno a la vez:
4 cuerpos
8 manos
1 misma caricia...
Hubo momentos en los que casi fue posible ver las notas, saltar de un contrabajo a otro, como si se lanzaran una pelota sonora, muy suave y luminosa. También me resultaba asombrosa la ternura del contrabajista que acercaba su oído a las cuerdas, como murmurándole al instrumento secretos de amor muy dulces.
El último de los cuartetos fue el más oscuro. Algo en esa intensidad, en las manos jalando las cuerdas a intervalos cada vez más cortos; evocaba el latir agitado del corazón. Y entonces, caí en el embeleso voyeurista: la delicia de los músicos que parecen adivinar el punto exacto en que la cuerda espera la fricción del arco.
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