Al alba tú nacías,
profunda de ti el tiempo
era de tierra.
Te vi salir cayendo de tu nombre,
quise arrancarte uno a uno
aquellos soles ciegos, impalpables fantasmas,
que tú sola engendrabas:
las fechas que brillaban en tus labios,
la sombra insomne de todos los preceptos.
Te oí gritar árbol o nube,
la sal de los principios en tu adentro,
y yo, en silencio te miraba
atenta al horizonte y a la respiración del viento.
Te vi nacer tan hondo,
con el oficio de las fábulas,
que todo en ti resucitaba y así vivía
siempre a un solo impulso
viendo surgir la noche,
la primer noche primitiva.
Un gordo buda te rodeaba
con sus manos de pan y tú
llorabas muda ante nosotros.
Como un espejo te mirábamos
tratando de copiar en vano tu hermosura.
Un coro de lo alto —lo escuchamos—
cantaba tu color cuando reías,
desangrándonos, viejos, a la espera
de otros treinta años
para aprender a hablar un poco y todavía
sin conocer el vértigo del tiempo enfermo,
la pérdida de ser definitivos.
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MARÍA BARANDA (1993)
Ficción de cielo
México: UAM. p22-23.