En determinado momento
algo en tus pasos recuerda el origen nómada
y entonces andas el mundo
como tu casa.
Unas semanas antes de salir de vacaciones con la cría, se volvió viral la noticia de la muerte de dos turistas argentinas en Ecuador. Las circunstancias de su fallecimiento acentuaban lo terrible del caso: dos "mochileras" viajando solas y la misoginia que subyace (y se derrama) en todo acto de violencia contra las mujeres.
Dos jóvenes asesinadas, así nomás, por el "atrevimiento" de ejercer su libertad de movimiento, el "libre tránsito", como lo nombran las leyes en nuestro país.
Debo decir que la noticia, a tan solo semanas de salir de la ciudad sola con mi hija, me estremeció. Entonces volví a los poemas que escribí hace tres años, cuando mi viaje (sola) "De Chihuahua a Los Mochis, en el Chepe...". Aquel viaje atravesando uno de los estados del país con mayor índice de feminicidios; el estado de "Las muertas de Juárez". Y entonces, en la lectura, reviví la emoción de sentirme dueña de mis propios pasos, de andar el mundo como mi casa.
Es indignante que en este mundo mujeres y niñas aún seamos víctimas de violencia de género: por estar solas, por vestir de tal o cual forma, porque las religiones lo justifican, por pensar y defender nuestras ideas... ¡nomás por ser mujeres, carajo!
Entonces decidí que no podía permitirme el miedo. Y, menos aún, que ese miedo toque los sueños de la hija que estoy formando. Debe saber, claro, en qué clase de mundo vivimos, cómo cuidarse y vivir segura. Pero jamás, jamás, detenerse en el camino.
Con tal certeza salimos de la ciudad felices y juntas... ¡porque las alas!
Así las cosas.