Mi abuelita materna murió hace 3 años. Desde entonces, cada vez que la vida se pone retadora o laberíntica, la extraño horrores. Faltan sus palabras de aliento, su confianza a toda prueba en las virtudes que, vayan ustedes a saber la razón, seguía observando en mí sin importar el paso del tiempo.
Hoy mi madre me envió un queso fabuloso y al llegar a casa lo supe: tengo todo para preparar el caldo de papas con queso que cocinaba mi abuelita. Sí, estoy triste, lo supe y supe también que algo de mi madre y mi abue me acompaña ahora, mientras las papas se cuecen. A veces una busca un abrazo, otras levanta el teléfono y espera una voz amable... esta vez, como ha sucedido antes, vuelvo al caldo de papas con queso, porque es un sitio familiar, reconfortante, calientito, como un abrazo materno.
Nunca seré demasiado mayor, para dejar de temblar ante la incertidumbre, lo sé. Sin embargo, mis casi 41 me han enseñado a ser paciente y observar con calma, a pensar... y pedir ayuda si hace falta.
Y sé también que, en tanto decido los siguientes pasos, puedo apapacharme el corazón con el caldo de papas con queso de mi familia.
Así las cosas.