Si bien soy fervorosa escucha de las ejecuciones al piano, tanto de piezas "clásicas" como de jazz; y debo confesar un concupiscente apego a su simetría en blanco y negro. Mientras, igual, vivo un triángulo apasionado con dos instrumentos de viento, el saxofón y la trompeta [con sordina no, porque me enamoro], al grado de no poder decidirme por uno en particular y abandonarme —sin pudor— al deleite gozoso de interpretaciones conjuntas [como la gloriosa "So what" de Miles Davis con John Coltrane, ¡mi Johnny!].
No estoy aquí, esta vez, para escribir de mis perversiones musicales agudas y crónicas. No. En esta ocasión aprovecho para retomar una conversación de sobremesa compartida con mujeres extraordinarias, entre ellas la cronista Magali Tercero. En aquella oportunidad el tema salió a la plática, precisamente, porque en el establecimiento de alimentos en el cual nos encontrábamos amenizaba un hombre tocando el acordeón. Y, entonces, la reflexión giró en torno a estos instrumentos que requieren de su ejecutante una actitud de abrazo.
El acordeón, la guitarra, el cello y el contrabajo, por mencionar algunos ejemplos, requieren del músico no solo la disposición hábil y solícita de sus manos. No, estos instrumentos necesitan un contacto más íntimo, mayor proximidad entre su cuerpo y quien, en cierto punto, no solo los toca: los acaricia.
Resulta fascinante en verdad observar a los músicos en el punto de mayor intensidad de sus ejecuciones. Más allá de la maestría en el oficio, la pulcritud de la interpretación y la sensibilidad para arrancarle al instrumento las notas precisas; atestiguamos un verdadero acto de amor.
Al llevarlos tan cercanos al tórax, instrumento y músico comparten un momento de intimidad que puede, incluso, provocarnos cierto placer vouyerista. Instrumento y músico acompasan el ritmo de su respiración y sus latidos. Y como producto de ese acto sublime: la música.
Desde una pieza clásica hasta un tango; de la canción popular al más estridente ejemplo de free jazz; estos instrumentos abrazables son una delicia para la vista y el oído.
Ponga Ud. atención y luego me cuenta si no.
Nota: la imagen que aparece en la parte superior es edición a la fotografía que tomé el 30 de mayo de 2006 a Saúl Alejandro Huerta, acordeón en La Ballena de Jonás, en la cabina de Fusión 102.5 (Entonces, todavía, Estereo Frontera).