"La Primera Dama es una mujer imaginaria, la materialización de una idea, una figura simbólica. Es un ente, diría Pierre Bourdieu, creado para responder a las necesidades del mercado y que tiene todas las exigencias, limitaciones y contradicciones que éste le impone. En este sentido no es una persona sino una construcción cultural que tiene su propia lógica y sus reglas. [...] Ella debe cumplir con y responder a la idea predominante que existe en cada momento histórico no de lo que es la familia sino de lo que debe ser, no de lo que es la mujer sino de lo que la sociedad quisiera que fuera"
Sefchovich, S. (1999). La suerte de la consorte. México: Océano. p. 412.
Dejando de lado las controversias políticas que envuelven a la administración federal en nuestro país; considero es importante aproximarse al tema que hoy me pone frente al teclado, por un lado sí, con mirada crítica; pero, por el otro, bien agarraditos de la memoria histórica en torno a la figura de las esposas de los presidentes en México.
El "escándalo" provocado por la imagen de la Primera Dama, en la portada de popular revista para mujeres, me remite irremediablemente a la obra de la socióloga, historiadora y novelista, Sara Sefchovich, citada en la primera parte de este texto. Mismo que recomiendo leer en su nueva edición (2010) actualizada y revisada.
Desde aquella primera edición, de 1999, hasta la fecha, mucha historia ha transcurrido. En aquel entonces, poco supo la escritora mexicana del giro de 360˚ que vendría a darle al rol de Primera Dama la, primero vocera presidencial y posteriormente, cónyuge del presidente, Martha María Sahagún Jiménez.
Luego de prácticamente un par de siglos de invisibilidad histórica de las esposas de los gobernantes del México independiente; apenas sacudidos por las excentricidades de unas cuantas señoras, como Carmen Romano Nolk, por poner un ejemplo, (sin embargo sin relevancia política). Martha Sahagún vino a establecer un nuevo paradigma en esa representación ideal de las mujeres mexicanas.
Su relación con el poder no fue únicamente a través del vínculo matrimonial con el Jefe de Estado. El discurso de la Primera Dama se volvió protagónico:
Después de haber luchado tanto tiempo por el respeto pleno a nuestros derechos más elementales, las mujeres asistimos a nuestro encuentro con la historia. Acudimos puntualmente a la cita. Quienes nos decidimos a dar este paso somo mujeres conscientes de nuestras ventajas y responsabilidades. Somos mujeres que estamos viviendo el poder.
Lo afirmaba así, Sahagún, en un ensayo publicado a propósito de los 50 años del voto femenino en México (2003). Lo hizo, abriendo con epígrafe de Sor Juana: "...porque va borrando el agua lo que va dictando el fuego." Y cerraba, contundente, con la frase: "Llegó la hora."
Es posible, aún, recordar las polémicas, los escándalos, los rumores. Desde el hecho de tratarse de una mujer divorciada (en circunstancias poco aceptables para las buenas conciencias). Hasta su evidente influencia en la conducta y decisiones del "Ejecutivo". Pero, finalmente, ¿qué era lo que más horrorizaba a la opinión pública? Me atrevo a decir, su aspiración abierta a la presidencia de la república. ¡Qué atrevimiento!
Bien, fuera de las penosas circunstancias de "abuso del poder", "nepotismo", "corrupción", etc. (finalmente, prácticas tradicionales de los gobiernos masculinos); que vinieron a hundir abismalmente cualquier aspiración política de la Primera Dama entonces. Me parece, es importante identificar el papel histórico del personaje.
El atrevimiento tuvo sus costos para las mujeres mexicanas. Al menos para las panistas; si no, que le pregunten a Margarita Esther Zavala Gómez, abogada con trayectoria política en su partido, como diputada local (1994-1997) y federal (2003-2006). Y quien, sin remedio, tuvo que limitarse a ser una presencia gris, sin aspavientos mediáticos ni rosa fiusha en sus trajes sastre (al estilo de su predecesora); durante la administración federal de su esposo, del 2006 al 2012.
Ahora bien, el 2012 nos llevó de vuelta al sistema priista en la presidencia. En esta ocasión, de la mano de una pareja 100% mediática. Luego de un año de, por decirlo de alguna manera, "bajo perfil" de la Primera Dama, oscurecido apenas por rumores no confirmados de "violencia doméstica" en los Pinos; la otrora actriz protagoniza, en su papel de consorte presidencial, el escándalo en turno. ¿Qué es lo que horroriza, ahora, a la opinión pública?
Antes de "rasgarse las vestiduras" por una portada de revista para señoras, creo, debiéramos lanzar una mirada seria y objetiva al contexto sociocultural del país. A nuestro México de duopolios mediáticos, de cortinas de humo, de reformas estructurales aprobándose a la sombra del furor mundialista. Repito, ¿qué es lo que horroriza, ahora, a la opinión pública?
Es cierto, hay muchos y muy graves problemas en nuestro país y, más allá de los cuestionamientos serios que deben hacerse al gobierno federal y sus instituciones; en este caso, se debe entender cuál es la naturaleza del reclamo ante la imagen "poco tradicional" de la Primera Dama en la portada de una revista para señoras, lectura de salón de belleza o salas de espera en los consultorios médicos particulares.
Las transformaciones socioculturales paradigmáticas de nuestro pueblo están sucediendo justo ahora. Se trata de un amplio campo de estudio y registro sociológico e histórico. Se está legislando en materia de familia, género, derechos humanos, etc. Vuelvo a plantear la pregunta ¿qué horroriza a la opinión pública? La imagen de la Rivera o el texto que la acompaña: "Redefiniendo el poder femenino"
Será acaso que, de acuerdo a lo planteado por Sefchovich en la cita inicial, la Primera Dama está "rompiendo" con el ideal de la mujer de nuestro tiempo... o enterarnos que representa, precisamente, ese ideal en la portada de una revista para mujeres.
Así las cosas.
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