Pues así, casi sin pensarlo, ya estamos en mayo. El semestre a punto de concluir: evaluar a un mundo de alumnos; leerlos.
Con el quinto mes llegan, igual, los festejos y celebraciones maternales. Sigo sin hacerme a la idea de alegrarnos (o pensar) durante un día sobre un tema para, el resto del año, dejarlo de lado. A eso me saben los "días internacionales de...". Manías que incrementan con la edad, ustedes disculpen.
Finalmente, si se es madre, el puesto se ocupa a lo largo de la vida de los involucrados en la relación materno-filial, los 365 días de cada año. En fin, las reflexiones al respecto, el reconocimiento o gratitud (de ser merecidos) no debieran limitarse a una fecha arbitraria y comercial.
Yo, en la madre, pienso todo el tiempo. Es mi chamba, digo. Tengo una cría y mi maternidad la construyo todos los días; vaya, no la doy por hecho. Intento dejarle al mundo una mujer feliz, libre, independiente, sensible y responsable de sí misma y su entorno. A eso le apuesto: al futuro.
Pero, igual, me reconozco en parte producto de mi historia. De la historia de aquellas que fueron antes que yo. Quienes me formaron y de las cuales llevo, en mi fondo y mi forma, tanto. Sé que mi ternura, fortaleza y hasta algunos de mis miedos, vienen de ellas. Que mucho del amor que entrego a la pequeña cría, es el que recibí de sus cuidados, consejos y recetas.
Sé, por ejemplo, que cada vez que le cocino el caldo de papas con queso de mi abuelita y de mi madre y de mis tías, estoy sembrando algo. Estoy llenándola de amor. Y, me parece, eso gana casi todas las batallas de la vida.
Así las cosas.
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