Camino al puerto de Brindisi, murió
accidentado José Carlos Becerra,
poeta a quien tanto quería.
NOTICIAS de tu muerte, José Carlos, a 10 000 metros de
altura. En vuelo a Mazatlán. Abajo, el mar me hace
presentir la dimensión de tus nuevos dominios. Todo el
murmullo de esas aguas es tuyo.
Camino del Adriático, yo sé que ibas en busca de Virgilio (de
eso hablamos en casa de Efraín, el otro Monstruo). Y a
través de mi ventanilla se desenvuelve la tragedia:
en el espejo retrovisor del auto viste pasar las aves y los árbo-
les y tres rostros de muchachas (las mismas del Viaducto)
que cambiaban sus facciones cuando tú hundías el acele-
rador, convencido de que al girar el botón del radio la
música de los Rolling Stones haría retroceder el paisaje
ante tu paso. Te engañaste. Sólo acelerabas la claridad
de tu destino.
Vuelvo el rostro y todas las demás caras a mi lado producen
un ruido más ensordecedor que los motores. Bastaría con
mirarme para saber que no Acepto; sin embargo, dentro
de unos momentos, esa puerta que tras de ti se ha ce-
rrado tan herméticamente como la del avión, será dócil
también para darme paso.
La voz de la aeromoza es precisa: "Ladies and gentlemen,
señoras y señores, abróchense los cinturones. No fumen,
please, vamos a aterrizar". Y yo, cerrando mis tartamu-
dos ojos, traduzco lentamente: "Señoras y señores, aprié-
tense a la vida y apaguen el cigarro, que a la Memoria
le hiere la más mínima luz".
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Juan Bañuelos (1987).
Espejo humeante.
México: Joaquín Mortiz-SEP.
pp. 144-145.
Notas al pie:
1. Cosa de los últimos días
toparme con textos escritos
a difuntos entrañables
por aquellos que les amaron.
Y, entonces, me envuelve entera
una nostalgia por no saber
quién guarda esas memorias,
las palabras finales,
para mí.
2. ¿A poco no es un encanto
de amigo -y poeta-, Bañuelos?
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