Lo mío con los libros se ha convertido al paso de los años en un idilio por demás aleatorio y afortunado... así, a lo Maga y Oliveira, nuestros encuentros por la ciudad son resultado del azar. A veces un ejemplar, otras, como hoy, varios.
Hace ya bastante tiempo, en mis años universitarios, El Día de UABC exhibió en sus aparadores un ejemplar precioso con pasta dura de "El segundo sexo", de Simone de Beauvoir. Los casi quinientos pesos del precio lo volvieron por completo inalcanzable en aquellos días. Lo busqué después, de manera intermitente, sin éxito. La semana pasada, en Instagram, un alma piadosa —rematando su biblioteca— lo ofrecía a un precio que, hoy, sí estuvo en mis manos pagar. Me lancé a la cita en el Pasaje Rodríguez a por él.
Mi corazón enamorado habría tenido suficiente con este botín, pero las mesas de El Grafógrafo guardaban algo para mí. Eché un vistazo sin prisa, recorrí lomitos sin interés específico, solo por la emoción de la búsqueda, y estaban ahí:
Descubrí la palabra "cartas" y me detuve en seco. El género epistolar me resulta por demás apetecible. Será la curiosidad por la comunicación ajena, el deleite en las formas del trato; esa manera —casi— extinta de relacionarse, mantenerse cercanos y ser con y para otros a través de las palabras, me provoca real fascinación. Ojalá siguiéramos escribiéndonos en papel, enviando en sobres nuestro cariño, descubriendo en los buzones de casa las palabras añoradas. "Cartas desde México" de Rosalie Evans. Ubiqué en la contraportada el contexto: Puebla, 1918-1924, y no dudé.
A tan solo unos cuantos lomitos a la derecha, "Las actividades espaciales en México: una revisión crítica", por Ruth Gall y otros, edición del FCE y la SEP, de 1986. Proclive a los temas científicos, el título en sí mismo me hizo detenerme; sin embargo, que el proyecto estuviera liderado por una mujer, fue lo que me llevó a hojear el ejemplar. Disfruto con deleite el texto académico (lo mismo que los literarios). El lenguaje claro y objetivo; la estructura y metodología; los temas alejados (¡y lo celebro!) del pensamiento mágico, arrojando luz sobre el mundo, la naturaleza, los seres humanos, me pueden atrapar con euforia, como lo hace una gran novela o un poemario encendido.
Lo tomé con el pretexto de regalarlo a la cría, tan interesada últimamente en la ciencia y los posibles vuelos por el espacio exterior. Y, sí, por no sentirme egoísta llenándome de libros para el goce personal.
Y volví a casa a encerrarme con los tres, a revisarlos en privado. De "The second sex" y la Beauvoir tengo años de información y acompañamiento, así que busqué a Evans y Gall, para conocerlas mejor y tener más claro desde dónde escribieron estos libros. Y encontré que, si bien ambas extranjeras, cada una vivió su relación con México de manera distinta:
Para Evans fue el país próspero, de finales del porfiriato y, años más tarde, el lugar donde murió su esposo inglés y donde luchó (hasta perder la vida) por recuperar sus propiedades (tomadas por la Revolución) desde su percepción de justicia sin tener claro el panorama nacional, más allá de su problemática particular.
Por su parte para Gall, polaca que llegara a México huyendo de la Segunda Guerra Mundial, este país que volvió suyo adoptando la nacionalidad, fue su trinchera científica. Sus aportaciones resultaron innovadoras, en un México de la segunda mitad del siglo XX, por su conciencia sobre la brecha científica y tecnológica que debíamos cerrar.
Tres autoras, pues, para aprender mucho de ciencia, historia y nosotras mismas. No podría estar más feliz con los hallazgos.
Así las cosas.
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